De tanto entrenador de vida que veo en redes sociales la constante
en este inicio de 2018 era arriesgarse por aquello que nos hacía felices, porque
el secreto de la ley de la atracción era el sentimiento, hacer lo que nos trajera
tranquilidad también nos traería felicidad, entonces me pregunté ¿Soy feliz?, para
responder miré a mi alrededor, tengo casa, mis padres vivos y con salud, tengo
la nevera llena, trabajo, amigos, solvencia económica para tener una vida
social activa, pero, ¿Era feliz? La respuesta fue no, llegar a ella me asustó
porque hace muchos años no me sentía perdida, ahogada e infeliz. Sí tenía
trabajo, si tenía mi familia, sí tenía un nivel de vida muy cómodo, pero de las
24 horas del día pasaba 10 en la oficina, 3 en el tránsito, entre 5 y 7 dormida,
lo que me dejaba unas 4 horas “libres” por día, mismas que usaba para estudiar,
entonces, por esa comodidad ¿dónde estaba quedando yo?, ¿Dónde estaba ese tiempo
para mí?, constantemente me engañaba diciéndome que el tiempo para mí era el
que estaba metida en el metro, el bus o el Uber, pero tampoco, porque estaba
tan preocupada por los demás asuntos que me había olvidado de quién era yo. Ya
no tenía energía, tiempo o disposición para ir al gimnasio, para pintar mándalas,
nunca me inscribí en el curso de Lettering que soñaba, tampoco había vuelto a
irme de paseo con mis amigas, incluso cuando salía con ellas me sentía
completamente desconectada. Nuevamente me pregunté ¿qué pasa conmigo?
La respuesta fue sencilla, no era feliz, ¿por qué? Porque
había dejado que mi vida girara en torno a mi trabajo, uno que ya no me retaba,
no me movía, simple y sencillamente no me hacía feliz, porque si bien comenzó
como un reto, actualmente me sentía ahogada, en el limbo, en donde no te
reconocen por quién eres y te exigen como si ya lo fueras, totalmente desconectada.
Ya con la respuesta lista, sólo quedaba una cosa por hacer,
actuar, buscar abrir mis alas, salir de mi zona de confort financiera, dejar de
sacrificar mi vida por un sueldo, creerme eso que toda la vida grite, que soy
capaz, que siempre lo he sido y que esta no era la excepción.
No es un paso fácil, de hecho, es muy difícil, porque a
medida que creces tus responsabilidades también lo hacen y de un día para otro
no las puedes dejar colgadas, pero ¿valía la pena seguir desconectada por un
salario?, la respuesta también salió rápido, no, no valía la pena, porque nada
justifica que se pierda un ser humano por un sueño ajeno, nada es proporcional
a levantarte y no tener ganas de salir, cada persona necesita una chispa que lo
impulse a luchar, porque la vida ya es lo suficientemente difícil para también
ser esclavos de una nomina que no te hace feliz.
Así que, puse manos a la obra, hable con Dios,
con el universo, con mi familia, mis seres queridos, conmigo misma y decidí
tirarme del nido, esperanzada en que puedo volar y esta situación no será más
que un recuerdo, uno que espero me enseñe que siempre se puede, sólo es
cuestión de querer.
