Hace unos días se hizo oficial mi
renuncia a una gran empresa en la que llevaba 2 años y 9 meses, en el camino
entre mi último día y la entrega de mi puesto, comencé a mirar hacia atrás, mi
yo de hace 3 años, a la mujer de 23 que nunca se le hubiera pasado por la
cabeza renunciar y menos en las condiciones que lo hacía.
Renuncié para quedarme quieta, para
dedicarme a mí, para pensar, para reconocerme, para conocerme, para parar, para
dejar de correr por la vida acumulando metas, cargos, merecimientos, cosas que
no me hacían feliz, renuncié por mí. Lo hice porque ya me había olvidado de qué
era ser persona, qué era dormir sin tener 1000 situaciones que solucionar al
día siguiente, porque ya no quería seguir cumpliendo expectativas ajenas, quería
llegar a mi casa y tener una conversación coherente, no sólo desmayarme en la
cama víctima del cansancio, ya era hora de vivir bajo mis propios términos.
Cuando el mundo se enteró de
aquella decisión, las opiniones no se hicieron esperar, bastante polarizadas de
hecho, muchos me tildaron de loca, inestable, millenial, equivocada, desagradecida,
apresurada, otros me cuestionaron, sí ya llevaba 7 años en la misma situación,
¿por qué no aguantar unos meses más? Unos pocos, quizá, a modo de inspiración
me aplaudieron por valiente, por temeraria, por arriesgada, en fin, las
opiniones fueron muchas, pero sólo quien está en el ojo del huracán sabe cómo están
los vientos.
No renuncié para irme de
mochilera por el mundo o para cambiar por un trabajo mejor, lo hice porque me
había perdido tanto en aquella actividad llamada trabajo, que ya no sabía quién
era, mis temas de conversación giraban entre los negocios que manejaba y lo que
pasaba al interior de la oficina con mis compañeros de trabajo, me costaba
identificarme, concentrarme en algo más que salvar al mundo con cuadros de Excel.
Ya no quería más eso, mi trabajo ahora sería buscar aquella niña que alguna vez
en su entrevista de pregrado dijo, que quería ser abogada para entender mejor
el funcionamiento del mundo, para ayudar hacerle la vida más sencilla al otro,
para aprender, leer, hablar y ser feliz.
Curiosamente quién mejor entendió
mi situación, fue mi jefe, a quien le estaré profundamente agradecida, ya que
con su actitud confirmó el por qué alguna vez, cuando fue mi jurado en un
examen de Derecho Comercial soñé trabajar para él y lo logré, durante casi 3
años cumplí un sueño, mi sueño, pertenecer a una importante oficina de abogados
paisas. Pero una vez cumplido me ayudo a identificar un sueño más grande, mi
felicidad y para ello era necesario hacer una pausa.
Hoy a 20 días de cerrar este
ciclo, marcar una meta, decir hasta luego, doy las gracias, no sólo a mis
futuros excompañeros, a mi jefe, sino también aquellos que con sus opiniones sólo
reforzaron esa terquedad que me caracteriza, a los que me alentaron,
criticaron, odiaron, a todos, gracias, porque a partir del 1 de junio comienzo
a vivir bajo mis propios términos, tratando de encontrarme y una vez lo haga, volverán
a saber de mí.
Con cariño,
Miss Irreverente.