jueves, 10 de mayo de 2018

Bajo mis propios términos


Hace unos días se hizo oficial mi renuncia a una gran empresa en la que llevaba 2 años y 9 meses, en el camino entre mi último día y la entrega de mi puesto, comencé a mirar hacia atrás, mi yo de hace 3 años, a la mujer de 23 que nunca se le hubiera pasado por la cabeza renunciar y menos en las condiciones que lo hacía.

Renuncié para quedarme quieta, para dedicarme a mí, para pensar, para reconocerme, para conocerme, para parar, para dejar de correr por la vida acumulando metas, cargos, merecimientos, cosas que no me hacían feliz, renuncié por mí. Lo hice porque ya me había olvidado de qué era ser persona, qué era dormir sin tener 1000 situaciones que solucionar al día siguiente, porque ya no quería seguir cumpliendo expectativas ajenas, quería llegar a mi casa y tener una conversación coherente, no sólo desmayarme en la cama víctima del cansancio, ya era hora de vivir bajo mis propios términos.

Cuando el mundo se enteró de aquella decisión, las opiniones no se hicieron esperar, bastante polarizadas de hecho, muchos me tildaron de loca, inestable, millenial, equivocada, desagradecida, apresurada, otros me cuestionaron, sí ya llevaba 7 años en la misma situación, ¿por qué no aguantar unos meses más? Unos pocos, quizá, a modo de inspiración me aplaudieron por valiente, por temeraria, por arriesgada, en fin, las opiniones fueron muchas, pero sólo quien está en el ojo del huracán sabe cómo están los vientos.  
  
No renuncié para irme de mochilera por el mundo o para cambiar por un trabajo mejor, lo hice porque me había perdido tanto en aquella actividad llamada trabajo, que ya no sabía quién era, mis temas de conversación giraban entre los negocios que manejaba y lo que pasaba al interior de la oficina con mis compañeros de trabajo, me costaba identificarme, concentrarme en algo más que salvar al mundo con cuadros de Excel. Ya no quería más eso, mi trabajo ahora sería buscar aquella niña que alguna vez en su entrevista de pregrado dijo, que quería ser abogada para entender mejor el funcionamiento del mundo, para ayudar hacerle la vida más sencilla al otro, para aprender, leer, hablar y ser feliz.

Curiosamente quién mejor entendió mi situación, fue mi jefe, a quien le estaré profundamente agradecida, ya que con su actitud confirmó el por qué alguna vez, cuando fue mi jurado en un examen de Derecho Comercial soñé trabajar para él y lo logré, durante casi 3 años cumplí un sueño, mi sueño, pertenecer a una importante oficina de abogados paisas. Pero una vez cumplido me ayudo a identificar un sueño más grande, mi felicidad y para ello era necesario hacer una pausa.

Hoy a 20 días de cerrar este ciclo, marcar una meta, decir hasta luego, doy las gracias, no sólo a mis futuros excompañeros, a mi jefe, sino también aquellos que con sus opiniones sólo reforzaron esa terquedad que me caracteriza, a los que me alentaron, criticaron, odiaron, a todos, gracias, porque a partir del 1 de junio comienzo a vivir bajo mis propios términos, tratando de encontrarme y una vez lo haga, volverán a saber de mí.

Con cariño,

Miss Irreverente.