martes, 10 de mayo de 2016

Cicatrices

Ya ni recuerdo el día de la semana, pero de una cosa estoy segura, viernes no era. Fue una de esas noches en las cuales el sueño es liviano, cualquier ruido despierta y justo una hora antes de tenerse que levantar, miramos el reloj y nos damos cuenta que podemos dormir 60 minutos más. Con lo que pasó, mejor me hubiera levantado. Fueron necesarios 60 minutos para agrandarme las ojeras, quitarme la calma y fijarme un pensamiento para todo el día, sí, es lo que están pensando, eso tiene nombre, apellido, profesión y hasta apodo.
Los contextualizo, banda sonora: Faded, Alan Walker, estado de ánimo, pésimo, ganas de salir de la cama, inexistentes, esperanza para acabar bien el día, ninguna. Saco fuerzas de donde no hay, busco en el armario la mejor pinta posible, porque la procesión se lleva por dentro, primero muerta que sencilla y con mi suerte podría conocer al amor de mi vida justo el día en que no debía salir de la casa.

En ese lapso de tiempo entre las 5 y las 6am de ese día en la semana que no recuerdo, luego de haber llorado, madreado, adelgazado, bebido, comido, entrenado y finalmente salido de esa tuza tan espantosa, mi bello subconsciente le da por sacar la basura, con un lindo y rosado sueño; a buena hora le dio. Del sueño/pesadilla recuerdo ya muy poco, sólo sé que fue lo suficientemente real para por un momento tirarme de nuevo al piso, regresarme al día en que las dudas eran más que las respuestas y donde la única solución viable era el tiempo, sin embargo, cuando alguien se va sin decir adiós, sin explicar, sino que simplemente desaparece, la herida casi nunca cierra, deja de doler, pero sana no está, porque al menos yo, para cerrar el capítulo y hasta quemar el libro necesito que me digan la verdad, por más dolosa que esa sea. En este caso no fue así, el sujeto desapareció y a pesar de estar en un radio de 500 metros a la redonda, se cumple aquella frase que dice: “Cuando el destino los separa, ni estando frente a frente se verán”. 

En el primer momento libre de esa mañana, le escribo a mi mejor amiga, porque tengo el agüero de que sueño que se cuenta, sueño que no se cumple, créanme cuando les digo que con un sujeto así ni a la esquina y que Dios me libre. Luego de relatarle con lujo de detalles el motivo de mi intranquilidad y cuestionarme si en una vida pasada queme un convento, secuestre una monja o mate un cura, miro a la persona en la cual me he convertido 3 meses después, en términos generales me gusta, es ahí donde entiendo que así me haya dolido lo que pasó, era necesario para ser quien soy ahora y por más que muchos crean que no lo vale, el innombrable merece las gracias, ya que me empujo a dar el primer paso hacía el ser humano que soy ahora. 

Y sí, no tiene nada de malo decir que dolió, porque el hecho de que duela significa que fue importante, por ende, no merece ser echado al olvido, tampoco es justo hacerse de piedra y menos cerrarse a nuevas oportunidades.
Cuando nos abrimos a los demás mostrando que hemos sentido, sufrido y aprendido, logramos que el otro vea quienes somos realmente, con esto obtenemos un vínculo muy fuerte o descubrimos las verdaderas intenciones del otro.

1 comentario:

  1. Yo creo que en algunos casos si es mejor olvidar que existieron porque es mas doloroso o da mucha rabia recordar lo tonta que uno fue.

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