Ya ni
recuerdo el día de la semana, pero de una cosa estoy segura, viernes no era. Fue
una de esas noches en las cuales el sueño es liviano, cualquier ruido despierta
y justo una hora antes de tenerse que levantar, miramos el reloj y nos damos
cuenta que podemos dormir 60 minutos más. Con lo que pasó, mejor me hubiera
levantado. Fueron necesarios 60 minutos para agrandarme las ojeras, quitarme la
calma y fijarme un pensamiento para todo el día, sí, es lo que están pensando,
eso tiene nombre, apellido, profesión y hasta apodo.
Los
contextualizo, banda sonora: Faded, Alan Walker, estado de ánimo, pésimo, ganas
de salir de la cama, inexistentes, esperanza para acabar bien el día, ninguna. Saco
fuerzas de donde no hay, busco en el armario la mejor pinta posible, porque la procesión
se lleva por dentro, primero muerta que sencilla y con mi suerte podría conocer al amor de mi vida justo el
día en que no debía salir de la casa.
En ese
lapso de tiempo entre las 5 y las 6am de ese día en la semana que no recuerdo,
luego de haber llorado, madreado, adelgazado, bebido, comido, entrenado y
finalmente salido de esa tuza tan espantosa, mi bello subconsciente le da por
sacar la basura, con un lindo y rosado sueño; a buena hora le dio. Del
sueño/pesadilla recuerdo ya muy poco, sólo sé que fue lo suficientemente real
para por un momento tirarme de nuevo al piso, regresarme al día en que las
dudas eran más que las respuestas y donde la única solución viable era el
tiempo, sin embargo, cuando alguien se va sin decir adiós, sin explicar, sino
que simplemente desaparece, la herida casi nunca cierra, deja de doler, pero
sana no está, porque al menos yo, para cerrar el capítulo y hasta quemar el
libro necesito que me digan la verdad, por más dolosa que esa sea. En este caso
no fue así, el sujeto desapareció y a pesar de estar en un radio de 500 metros
a la redonda, se cumple aquella frase que dice: “Cuando el destino los separa,
ni estando frente a frente se verán”.
En el
primer momento libre de esa mañana, le escribo a mi mejor amiga, porque tengo
el agüero de que sueño que se cuenta, sueño que no se cumple, créanme cuando
les digo que con un sujeto así ni a la esquina y que Dios me libre. Luego de
relatarle con lujo de detalles el motivo de mi intranquilidad y cuestionarme si
en una vida pasada queme un convento, secuestre una monja o mate un cura, miro
a la persona en la cual me he convertido 3 meses después, en términos generales
me gusta, es ahí donde entiendo que así me haya dolido lo que pasó, era
necesario para ser quien soy ahora y por más que muchos crean que no lo vale,
el innombrable merece las gracias, ya que me empujo a dar el primer paso hacía el ser
humano que soy ahora.
Y sí, no tiene nada de malo decir que dolió,
porque el hecho de que duela significa que fue importante, por ende, no merece
ser echado al olvido, tampoco es justo hacerse de piedra y menos cerrarse a
nuevas oportunidades.
Cuando nos abrimos a los demás mostrando que hemos sentido,
sufrido y aprendido, logramos que el otro vea quienes somos realmente, con esto
obtenemos un vínculo muy fuerte o descubrimos las verdaderas intenciones del
otro.
Yo creo que en algunos casos si es mejor olvidar que existieron porque es mas doloroso o da mucha rabia recordar lo tonta que uno fue.
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