Estamos hiperconectados, tenemos al menos
de 3 a 4 redes sociales y entre 1 y 2 plataformas de mensajería instantánea que
nos mantienen sobreestimulados, esto, no sólo nos abstrae del ahora, sino que
muchas veces ni nos permite ver lo que tenemos en frente; algo tan sencillo
como salir a comer, que si bien ya paso la moda de publicar en Instagram el
plato que nos sirven y en muchos sitios está el cartel de “quien coja primero
el celular paga”, aún nos cuesta mirar al otro, regalarle y regalarnos
ese momento.
¿A esto hemos llegado? ¿Nos importa más una
parranda de desconocidos que la persona que tenemos en frente? ¿Esos “seguidores”
van a estar ahí cuando tengamos problemas, estemos solos o necesitemos ayuda? ¿Tiene
más importancia una red social, que un ser humano?
Sonaré egoísta, sí, pero no me importa, ya
que, si usted salió conmigo para vivir pegado a su celular, mejor váyase para
su casa y yo organizo plan con alguien que si disfrute de mi compañía.
Por lo anterior, he llegado a pensar que la
vida sin Wifi vale mucho más la pena, porque los mejores momentos de la vida,
se disfrutan sin estar conectados, pensemos en una puesta de sol, la primera
mirada con esa traga mal administrada, las cosquillas en el estómago ante el
primer beso, los logros profesionales y tantos otros aquellos instantes que bien
vividos pueden ser eternos. Pero muchos ni ven eso por estar pendientes de
cuantos “likes” tiene la foto que publicaron.
Así las cosas, soy una amargada, cansona y
hasta controladora por preferir estar al 100% con una persona, disfrutar su
compañía y atesorar recuerdos… Si usted es como yo, quedamos pocos.
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